sábado, 3 de marzo de 2007

Entradas heróicas


Vuelven Héroes del Silencio. Quizás el grupo que más me ha marcado en toda mi vida. Lo hacen para dar diez únicos conciertos, de los cuales "sólo" han confirmado ya cinco fechas y lugares, todos ellos en centro y suramérica (Guatemala, México, Argentina...) excepto uno, en España. Será el día 12 de octubre, en plenas fiestas del Pilar, y será, cómo no, en su ciudad natal: Zaragoza. En el estadio de La Romareda (que, el pasado miércoles, vio pisar su césped otros "héroes": los jugadores del Barça, que remontaron una eliminatoria de Copa del Rey que tenían muy, pero que muy, cuesta arriba).


En cuanto supe que volvían, decidí que, costara lo que costara, tenía que estar en La Romareda, para escuchar, probablemente por última vez, "Sirena varada", "Maldito duende", "Entre dos tierras", "Iberia sumergida", "Flor de Loto", "La herida", todas las grandes canciones de Héroes. Asistir a un concierto de estos maños es algo que tengo pendiente desde siempre. Desde que, a los nueve años, en verano de 1990, escuché, en Cambrils (un pueblo pesquero de la costa de Tarragona), una canción por la radio. Aquella canción se llamaba, aunque yo no lo sabía entonces, "Despertar", formaba parte de un disco llamado Senderos de traición (el que, a la postre, acabó dando fama a Héroes), y tenía un estribillo que no me pude sacar de la cabeza en días, aunque no volviera a escuchar la canción en meses: "todo se olvida al despertar una vez más; sólo puedo soñar entre arena y espuma".


Descubrí, al regresar a casa, en Lleida, que aquella voz oscura, casi onírica, era la de Enrique Búnbury, el vocalista de Héroes del Silencio (HdS). Pero por aquel entonces, en 1990, uno no podía conectar el ordenador, entrar en el e-mule, y descargarse tranquilamente las canciones del grupo. De hecho, no teníamos ni siquiera ordenador en casa, así que me limitaba a escuchar a los Héroes por la radio, cuando sonaban. Y cada vez me gustaban más.


En 1993, mis padres me regalaron mi primer CD (antes había tenido vinilos y cassettes, pero no CDs, carísimos entonces). Era El espíritu del vino, el nuevo álbum de HdS, por el que, desde entonces, siento un vínculo especial. Circula la leyenda de que aquel álbum fue grabado la noche de fin de año, con todos los miembros de la banda borrachos como cubas. No sé si era eso, o el magnetismo, la complejidad a veces absurda y desde luego hipnótica de las letras, la guitarra salvaje de Valdivia, o un poco de todo, pero desde el primer momento que lo escuché, aquel espíritu, el del vino, fue mío. Desde "Nuestros nombres", la primera canción, hasta una canción insólita pieza dentro de la carrera de HdS, "La alacena", que cierra el álbum, todas las canciones me decían alguna cosa exclusivamente a mí.


El CD sigue aquí a mi lado, pero muy, muy gastado. Debe de haber sido el CD que más he escuchado en toda mi vida. Aunque desde aquel entonces, he conseguido reunir una colección bastante interesante de todo lo editado y algunas curiosidades de los Héroes (álbumes piratas, directos, canciones de sus primeros tiempos, etc.).


En 1996, después de una pelea en un concierto de Los Angeles, HdS decidió poner punto final a su trayectoria. O, mejor dicho, punto y aparte. Bunbury, al final de los conciertos de la última gira, se despedía con un "nos vemos en la gira del próximo milenio". Y, mira por donde, al contrario de lo que muchos creíamos, esa gira ya está aquí. Pero es una gira rácana, o al menos no proporcional a las enormes expectativas que este retorno ha generado. Las entradas empezaron a venderse a medianoche del día uno de marzo (más de seis meses de antelación, algo insólito), y la mañana del día 27 ya había gente haciendo cola en Madrid, Zaragoza y Barcelona. Hubo altercados, la policía prohibió abrir alguna tienda (Discos Revólver, en Barcelona), niñas histéricas lloraban, heviatas desesperados pataleaban contra las rejas, fans entrados en la treintena regresaban, a marchas forzadas, a la adolescencia... una escena apocalíptica de la que Bunbury hubiera, sin duda, sacado una estupenda letra para una canción estilo "Sangre hirviendo" (también de El espíritu del vino, no puedo remediarlo).


Yo, la verdad, pensaba que no habría problemas para conseguir una entrada en Revólver. Ingenuo de mí. Así que, tranquilamente, aquella noche estuve viendo por la tele la primera parte del Zaragoza-Barça, pensando que yo también estaría en La Romareda unos meses después. Y, con la eliminatoria copera en el bolsillo, a la media parte salí, con una radio para acabar de escuchar el partido, hacia la tienda, en pleno centro de Barcelona. Pensé: "llegas una hora antes de que abran, te quedas escuchando el partido, compras las tres entradas que tenías encargadas, y a dormir".


Al llegar, el panorama anteriormente descrito: adolescentes, heviatas, niñas, fans, todos cabizbajos. ¿La razón? En Revólver había un cartel colgado que decía que la guardia urbana no les había dado permiso para abrir, y que, dado que había tanta gente haciendo cola, les habían reservado entradas. Total, que ya no quedaban. A cambio, daban una lista de cajeros de Ibercaja, en los que, a partir de las doce de la noche, se podrían sacar las entradas. Genial. Saqué una foto de la lista de cajeros con el móvil, y me dirigí hacia la Plaça Catalunya. Allí había unas cuarenta personas haciendo cola frente al cajero, pero yo ya lo esperaba. Fui rápido. Tomé el primer taxi que había en la parada, y pedí que me llevara al cajero más alejado del centro.


Fui a parar a un rincón de la calle València, curiosamente, cerca de donde trabajo. Sólo había una pareja y un chico haciendo cola. Con un poco de suerte, obtendría las entradas. Para asegurarme, llamé a mi padre: "Papá, ve al cajero de Ibercaja en Lleida, en la Rambla de Ferran". Le di instrucciones, y él, solícito, se volvió a vestir y salió a la calle. Sabe cuánto me gustan los Héroes, era por una buena causa.


El resto de la historia es conocida por cientos de miles de fans que se amontonaban frente a los cajeros de esta entidad bancaria en toda España (en aquel cajero apartado, "sólo" éramos unos treinta): a las doce, debido a la tremenda demanda, los cajeros se bloquearon. Y ya no volvieron a funcionar.


Yo me fui de allí a las dos de la mañana, agotado, y francamente desanimado. Por supuesto, sin entradas. Y sin la esperanza de conseguirlas. Aunque al día siguiente averigüé, a la hora de comer (había salido del trabajo para dirigirme al cajero en el que había pasado parte de la noche y rogar por mi suerte), que las entradas se pondrían a la venta el sábado día 3 de marzo a partir de las 12 del mediodía, y de forma exclusivamente telefónica. Renovamos, pues, las esperanzas.


Aunque mi opinión es que, o bien la línea telefónica se volverá a saturar, o bien se agotarán rápidamente. No quiero tener esperanzas.


Al final, lo heróico es conseguir una de esas entradas para La Romareda. Yo las deseé con todas mis fuerzas, porque nunca pude ver a los Héroes del Silencio en directo (se separaron en el 96, sin haber pasado por Lleida durante la gira), y pensaba que nunca podría, pero no creo que haya suerte. Al menos en Zaragoza. Espero que, vista la demanda de entradas y todo el sarao que han montado, Búnbury, Cardiel, Valdivia y Andreu, los cuatro Héroes reunidos, decidan concretar más fechas de conciertos. Y que entre ellas se encuentren Barcelona (Camp Nou) y Madrid (Bernabéu). Héroes llenan los dos estadios de sobras.


Si no, ya me veo haciendo las maletas para verlos en Argentina, o Guatemala.

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