lunes, 16 de julio de 2012

Sobre la sentencia de muerte dictada a la cultura

Muchas nubes (Donosti, 2010). (Foto: Isaías Fanlo.)

De entre todas las medidas que el "gobierno" de Mariano Rajoy ha dictado y que nos van a sumergir en la miseria más absoluta (parece mentira, sí, que se pueda caer más bajo de lo que ya estamos, pero es así), una me preocupa especialmente. El gobierno de este pobre país, que en 2010, en la oposición, lanzó la campaña "No más IVA" para reunir firmas contra la subida del Impuesto sobre el Valor Añadido llevada a cabo por el PSOE, vuelve a romper otra de sus promesas electorales para subir dicho impuesto un 3%. Esto es lo que han dicho oficialmente. Pero... ¡ah, no! ¡Un 3% para según qué! Porque los productos de consumo cultural, como el cine o el teatro, pasan de tributar un 8% a tributar un 21% (los libros todavía no han caído en esta ruina). Es decir, que como el partido que ahora mismo desgobierna este país ha decidido que la cultura es un lujo y un bien superfluo, el IVA para este tipo de actividades sube... ¡Un 13%! La subida, además, es irreal, puesto que como los salarios de la mayoría de la población han descendido, en realidad, ahora, ir al cine o al teatro sale muchísimo más caro que este 13%.

Así, con esta subida de los impuestos, el gobierno se ha cargado, de un plumazo a la cultura. Según la nueva categoría en la que está enmarcada, el Partido Popular considera la cultura un bien superfluo. Un lujo. Pero, vamos a ver, ¿es la cultura un lujo? ¿O qué es, en realidad, la cultura?

Estaremos de acuerdo en que el instinto más primario del hombre es el de la supervivencia. Por eso es tan importante contar con un acceso a la alimentación y a un sistema sanitario que garantice que hará lo posible para mantenernos vivos y en un estado saludable. Pero la búsqueda de alimentos, el instinto de protección, la lucha contra la enfermedad, es un impulso de todos los seres que habitamos este planeta. Gracias a estos instintos hemos sobrevivido hasta la actualidad. Como hemos podido.

Así pues, ¿qué es lo que nos diferencia a los seres humanos del resto de las especies? ¿Qué es lo que nos define como colectivo? ¿Qué es lo que une y separa las comunidades? ¿Cuál es el instrumento que garantiza que, quien lo desee, pueda disponer de un aparato crítico necesario? ¿Qué es lo que, en definitiva, dibuja nuestra identidad como homo sapiens sapiens?

Efectivamente: la cultura.

Ah, la cultura. Tan necesaria pero tan peligrosa a la vez. Un pueblo con acceso a la cultura es un pueblo cuya ciudadanía es capaz de opinar por sí misma, de contrastar noticias y no creer a pies juntillas en una verdad única como la que nos pueden dictar algunos medios de comunicación. Y, al contrario, un pueblo sin acceso a la cultura es un pueblo irremediablemente dócil, sumiso, maleable. Por supuesto que al gobierno le interesa hacernos creer que la cultura es un lujo. Como suelen decir los economistas, nunca hay que desaprovechar una crisis, y el Partido Popular ha visto en la terrible situación que estamos viviendo una oportunidad de oro para darle una estocada, quién sabe si definitiva, a una rama tan incómoda y tan inconformista como es la de la cultura. Nada nuevo bajo el sol: esta estrategia ya la habían aplicado, y la siguen aplicando, los régimes totalitarios de todo el mundo. Por eso es necesario que, finalmente, actuemos.

Mariano Rajoy, en el debate electoral, se sacó de la manga una famosa metáfora. Nos habló de aquella niña, la llamada "niña de Rajoy". "Yo quiero que la niña que nazca en España tenga una familia, una vivienda y unos padres con trabajo...", espetó en su discurso. Tras esta condena a muerte a la cultura, acompañada de la ya anunciada aniquilación de la clase media, puesto que ahora todos somos más pobres que nunca y lo vamos a ser cada vez más, me gustaría saber qué futuro le espera a la niña de Rajoy. Es una niña que, para empezar, no va a poder recibir una educación digna si no es que nace en una familia bienestante como la del mismo señor Rajoy. Va a tener que estudiar lo que pueda en una escuela pública cada vez más mermada hasta que su familia (por supuesto en el paro) se lo pueda permitir. Cuando la niña de Rajoy, sin currículum, se diga "muy bien, pues si no puedo estudiar, trabajaré", se encontrará en una sociedad con un paro juvenil que roza el 50%. Es decir, que no podrá trabajar. Por supuesto, esta niña no sabrá lo que es un cine o un teatro, ya que las entradas se pondrán a precios tan prohibitivos que sus padres no podrán llevarla a formarse como persona de cultura en los pocos cines o teatros que sigan abiertos y que puedan permitirse las plateas vacías. Acaso se habrá podido descargar alguna película de manera ilegal, si es que la luz no sigue subiendo y su familia se puede permitir una conexión de banda ancha. La niña, en definitiva, será muy diferente de como se la imaginaba el señor Rajoy. Nacerá en una familia empobrecida y sin recursos, no tendrá una educación, no tendrá acceso a la cultura, probablemente tampoco a la sanidad, y se verá abocada a un mundo sin ninguna salida. Probablemente la niña de Rajoy acabe suicidándose por la desesperación o tirada en el andén de una estación de ferrocarril.

Opino sinceramente que los de ahí arriba (dígase gobierno, dígase Europa) han estirado la cuerda esperando aprovecharse al máximo de esta terrible crisis. Y opino también que, finalmente, esta cuerda se ha roto. Y creo que la ciudadanía va a tener la valentía de decir basta, pero basta de verdad, porque ahora mismo estamos viviendo en un país que se pasa por el forro muchos de los puntos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (acceso a la cultura, a la educación, a la sanidad -artículos 25-27-...) y nos estamos alejando a cada día que pasa de una democracia real. El mundo de 1984 de George Orwell o de V de Vendetta no está tan lejos. Y, llámenme optimista, pero creo que la ciudadanía va a reaccionar. De manera pacífica pero contundente. Y que no se va a parar.

Porque si no es así, yo dejo de creer en esto y me largo.