jueves, 5 de noviembre de 2009

Maradona y San Gennaro


Napoli, 2007. (Fotos: Isaías Fanlo.)

Seguimos con los recuerdos napolitanos (y ahora con más razón, porque se me ha estropeado el ordenador y está en el servicio técnico, de modo que no voy a poder colgar muchas novedades ahora). En Nápoles existen dos cultos mayoritarios. El primero, a San Gennaro. Nápoles es una ciudad muy devota a su santo patrón, y lo demuestra a cada esquina, especialmente del centro histórico: en el interior de los edificios, y también en plena calle, hay cientos de hornacinas con una estatuita del santo, acompañadas por velas, estampitas con dibujos de colores vivos o imágenes de jesucristo en technicolor, fotografías de un pariente al que proteger, flores... Resulta curioso que en una ciudad que, por mucho que los napolitanos se empeñen a asegurar lo contrario, es insegura, uno puede dejar algún objeto de valor en la hornacina y éste no volará.

El otro gran culto de Nápoles es Maradona. Si Gennaro es santo, Maradona es dios (para los napolitanos, claro). Por toda la ciudad pueden verse, en banderas, bufandas, papeles colgados de los edificios, múltiples decoraciones en azul y blanco, los colores del Nápoles, el equipo de fútbol de la ciudad, un histórico que hasta la llegada del astro argentino sólo podía presumir de haber conseguido dos copas de Italia y dos subcampeonatos de la Serie A.

Maradona llegó al Nápoles procedente del Barça. Estaba sancionado en España por culpa de la increíble pelea tras la final de la Copa del Rey contra el Athletic de Bilbao, y no podía pisar ningún césped español en seis meses, lo que convenció definitivamente a Núñez para vender al Pelusa al equipo partenopeo. Y el Nápoles, que el año anterior a su llegada se había salvador por los pelos del descenso, se disparó en la tabla de la clasificación. En su tercera temporada, Maradona ganó el scudetto. Por primera vez en su historia, el Nápoles era campeón de la liga italiana. Y tras la llegada del brasileño Careca, el equipo azzurro podía presumir de tener uno de los mejores tridentes del fútbol europeo: Maradona-Giordano-Careca, conocidos con la fórmula MA-GI-CA. La "magia" no abandonó la capital del mezzogiorno italiano hasta después del Mundial de Italia. Mientras el resto del país odiaba a Maradona, un personaje que empezaba a creerse omnipotente (y que en el campo de fúbol realmente parecía serlo), que hablaba de sí mismo en tercera persona y que desquiciaba las defenas más férreas, la afición napolitana veneraba a la estrella que les acabó regalando dos scudetti y una Copa de la UEFA, el único trofeo internacional en las vitrinas napolitanas.
Maradona era tan venerado en Nápoles que, en la semifinal del Mundial de Italia celebrada en el estadio de San Paolo (la casa del Nápoles), no fueron capaces de abuchear al barrilete cósmico cuando éste lanzó el penalti que daba la clasificación a Argentina frente al equipo anfitrión.

Pues bien. Veinte años después, la veneración por el Nápoles, que en el 2007 estaba a punto de regresar a la Serie A después de unas temporadas en la segunda división del fútbol italiano, y también por Maradona, sigue ahí. Al lado de las estatuas de San Gennaro, en los altares improvisados, se pueden ver fotografías de Maradona. Muchas de las banderas del Nápoles llevan un dibujo de la cara de Maradona. En fin, que el argentino es omnipresente todavía.

Es por eso que en San Paolo el público sigue gritando uno de los cánticos más insólitos del fútbol, una auténtica (y literal) declaración de amor por un mito del deporte:

O mamma mamma mamma,
o mamma mamma mamma,
sai perche' mi batte il corazon?
Ho visto Maradona
Ho visto Maradona,
eh, mamma', innamorato son.

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