
Benidorm, 2009. (Foto: Isaías Fanlo.)
El azar nos deparó la posibilidad de visitar Benidorm en unas circunstancias excepcionales. Marc tenía un bolo de su espectáculo sobre Manolo Escobar, y a uno no se le presenta a menudo la posibilidad de plantarse en la que podríamos denominar la capital del desarrollismo con un motivo razonable para ir y encima con la banda sonora por antonomasia en carne y hueso. Así que nos montamos el viaje.
Me cuesta mucho decir que Benidorm, simplemente, es fea. Desde luego, no es bonita, ni mucho menos, no me refiero a eso. Pero su apuesta por el Exceso, así con E mayúscula, llevado hasta sus últimas consecuencias, su afán por construir rascacielos (más del 75% de los edificios de más de 20 pisos de España están aquí), que hayan seguido estas directrices hasta sus últimas consecuencias, hace que la ciudad vaya más allá, pero mucho más, de la dupla bonita-fea. Es algo que ya no tiene nada que ver, algo que por excesivo ha de crear una nueva categoría para definirlo. Por eso, a la vez, repele y atrae con un magnetismo multicolor y cutre, un poco como las fotografías de Martin Parr (o como algunas muestras de "cultura basura").
¿Quién visita Benidorm? La taxonomía del turista del Manhattan español se puede dividir en tres grupos:
1) Persona de sesenta y cinco años adelante, hombre o mujer por igual, inglés o español por igual, que acude a la ciudad siguiendo la llamada del imserso, o quizás una especie de instinto atávico por evitar los fríos británicos y concentrarse a la sombra de los rascacielos feístas. A esta gente se la ve, en parejas o en grupo, a paso lento por el paseo marítimo o reptando en la playa, con vestidos de mala calidad, estampados generalmente a flores (ellas) o lisos y con combinaciones insólitas de colores (ellos). Una buena manera de distinguir la subespecie inglesa y la española es el color de su piel: el español, moreno; el inglés, rojo gamba.
2) Persona de veinticinco a cincuenta años, hombre, británico, que viene con sus amigotes de pub a celebrar la despedida de soltero de un miembro de la manada. Se les puede ver por las tardes, generalmente en un considerable estado etílico, en los pubs o las tabernas de toda la ciudad, viendo partidos de fútbol (muchos de ellos al estilo Hull-Sunderland), y por las noches, ya perdidamente borrachos y siempre acompañados de una pinta de cerveza, en los espectáculos del barrio inglés, de los que hablaremos más tarde. Por la mañana, podemos encontrar al joven británico tostándose o directamente quemándose, durmiendo la mona en la playa, entre vasos vacíos, camisetas, objetos no identificables y quizás algún vómito. El grupo de hombres se distingue, por lo general, porque siempre puede avistarse uno o dos miembros del grupo como mínimo transvestido como mujer (o quizás mejor, transexual).
3) Persona de veinticinco a cincuenta años, mujer, británica, que viene con sus amigas de trabajo o de escuela a celebrar la despedida de soltero de una integrante de la manada. Por lo visto, resulta más barato y exótico tomar un vuelo de Ryanair o Virgin de Londres o Cardiff hasta Alicante, alquilar alguna habitación de hotel-colmena y emborracharse que pasar la despedida en Inglaterra, Gales o Escocia. Se puede avistar a la mujer británica en los mismos lugares que al joven británico, pero atención, los dos grupos nunca se mezclan hasta pasada la medianoche, cuando el nivel etílico es tan alto que uno no puede saber si está con un amigo transvestido o con una desconocida. En el caso de las mujeres, el atuendo suele ser diferente (lo que no deja de resultar curioso cuando los hombres se empecinan en imitar la que se supone tendría que ser su manera de vestir). Las británicas jóvenes, en Benidorm, buscan elegancia. Una elegancia a lo Victoria Beckham, que hallan en las tiendas chinas o en los todo a cien. Gafas de sol compradas en la playa, faldas cortas, mirada severa, barbilla enhiesta y un aire de autosuficiencia que resulta indispensable para entrar en el papel. Mientras, el subgrupo de británicas más mayores (las de más de treinta y cinco / cuarenta) busca un vestido largo, en un 98% de los casos estampado con insólitos motivos florales. Pueden distinguirse porque, juntas, parecen un muestrario de papel de pared (wallpaper) ambulante.
La cultura en Benidorm consiste fundamentalmente en acudir a los espectáculos nocturnos, que están a la altura de la oferta urbanística de la ciudad. En las tabernas, a partir de la tarde y hasta las dos o las tres de la madrugada, cada hora pueden verse espectáculos de cabaret, que consisten, fundamentalmente, en homenajes a grupos de pop y a películas y también en números de humor. Por ejemplo (casos reales): Francisco Jackson (que se autoproclama imitador oficial de Michael Jackson en España), Tributo a Abba, Tributo a Los Beatles, Tributo a Queen, Tributo a Take That, El humorista más gordo del mundo, El mayor imitador del mundo (as seen on the BBC, como afirma el cartel promocional), El doble tributo a Cher y Tina Turner, y la ubicua Sticky Vicky, que lleva su show por todos los bares de la ciudad.
Por cierto, descubrimos que existe un cierto sibaritismo respecto a este tipo de bares. Por lo que nos dijeron, el local más exquisito es la Morgan Tabern, para quien quiera pasar un fin de semana inolvidable en Benidorm.
Para sobrevivir a Benidorm, para aprovechar el viaje incluso, si uno no es un anciano modelo imserso, un hooligan o carne de despedida de soltero, es imprescindible pensar en todo esto y verlo todo con un filtro de ironía y también de buen humor. Si se consigue, sin duda, Benidorm se convertirá en un lugar diferente.