viernes, 15 de febrero de 2008

Lo que no se va

Lluisma a la platja. Barcelona, 2007. (Foto: Isaías Fanlo.)

Lomo LCA+, cruzado.

En nuestras vidas va apareciendo y desapareciendo gente: amigos, familia, parejas, y todo va configurándonos como lo que somos, con todo lo bueno y todo lo malo. Si hubiéramos conocido a otras personas, seríamos diferentes. Aunque eso, evidentemente, nunca podemos llegar a saberlo.

Es evidente que no todo puede durar siempre. De hecho, lo raro es que las cosas duren. Es por eso que no puedo evitar guardar un recuerdo maravilloso de los últimos ocho años de mi vida, los que hemos pasado juntos. Un recuerdo que es más bien una sensación global, que destaca los buenos momentos y se engulle los malos. No es una visión objetiva, pero así es como me gusta que sea.

Las personas se van. A veces vuelven, a veces no. Pero lo que no se va son los recuerdos: no ser capaz de probar bocado el 25 de octubre de 1999; la primera foto juntos, en el sofá que ya no existe; un email titulado "Lo bello y lo siniestro"; unas llamadas telefónicas desde México, DF, en las cuales la angustia me impedía emitir cualquier sonido; la copia de las llaves de casa; despertarse en el Chelsea Hotel de la calle 23 y ver, a tu izquierda, la espalda de la persona que uno ama, y a la derecha, una modesta panorámica del Village; ver El fantasma de la Ópera en Broadway, con muerte en la platea incluída; los primeros pasos de Ramon; la canción The Way you Look Tonight cantada por Fred Astaire a Ginger Rogers; pintar la casa y hacerlo fatal; recorrer una y otra vez, lentamente, el paseo modernista de La Garriga; leer la primera versión de El cant dels adéus, y opinar sobre ella; verme reflejado en la dedicatoria de un libro; la sala de espera de un hospital, en la que el tiempo no pasa mientras leo, algo inquieto, el primer volumen de À la recherche du temps perdu; despertarme después de la operación de apendicitis y verle acariciándome la mano; comprar un mueble en IKEA y acabar en el restaurante, comiendo algóndigas suecas; un fin de semana de finales de otoño en Cambrils, con una luz excepcional (por la noche, dormir escuchando cómo las olas vienen a morir a intervalos irregulares sobre la arena de la playa); la nevada incipiente sobre Barcelona, el 14 de diciembre de 2001, cuando salía de un examen; ir a ver Hable con ella en Reus, el día de su estreno, con la enorme sala casi vacía; cenar en un restaurante de París con Ana y con él, y sentir que estás profundamente enamorado en una noche en la cual la ciudad estaba sumergida en una humedad inolvidable... o quizás el aire era más denso de lo habitual; ir a Montpellier escuchando La mauvaise réputation; compartir la ilusión de haber acabado la primera carrera; bajar juntos por la calle Muntaner, un día, y otro, y otro...; trabajar juntos en el material de los DVDs del programa Apostrophes; pasar el calurosísimo verano de 2003 en aquel apartamento de la plaza Margherite de Bruselas; el 10 de agosto de 2003 en Charleville y en Reims; la primera comida en O cantinho do bem estar, y los fados que escuchamos en O caldo verde; las llegadas de Misha y de Pelota; el extraño orgullo de publicar El llibre rosa, y compartir todo lo que se movió a su alrededor; la tranquilidad de las carreteras en Menorca; el amarillo intenso de las mimosas en el parque del Putxet, un domingo por la mañana; ir al Liceo y acabar tomando unos finos en la Feria de Abril; ver como la Olympus se pierde para siempre jamás en el fondo del río Tajo, en Lisboa, infestado de medusas; las carreteras del Ampurdán; el sentimiento de orgullo aquella noche del Premi Josep Pla; celebrar juntos la Champions del Barça en el Camp Nou, al día siguiente de haber estado en París sufriendo por el partido, yo emocionado y él aburrido; reirnos mientras cantamos Il ballo del'matone camino de O punto final; llegar hasta el fin del mundo, allá en la isla de Runmarö, y encontrarnos con vino de Raimat y aceite Borges; ver cómo se pone el sol sobre Finlandia, desde un barco mucho más grande de lo que imaginábamos; dormir atravesando el Báltico; la luz amarilla de Estocolmo en agosto; el descubrimiento del barrio de las galerías de arte en Berlín...

Me dejo muchísimos más. Los recuerdos van llegando a puñados, como las olas a la playa. Estas cosas son las que no se van. Las que me llevo conmigo. Eso, y el cariño que no voy a poder dejar de tenerte nunca.

6 comentarios:

hugo solo dijo...
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Isa Segura B. dijo...

Me has dejado con un nudo en el estómago, sin palabras o quizá demasiadas palabras, que de tantas, se atropellan y son incapaces de eclosionar. Sólo te dejo mi sentir, lamento tu pérdida pero me alegran todos esos tus recuerdos que se adhirieron a tu piel, para siempre.
Saludos tocayo.

Joan Vicent Cantó dijo...

Encara que ara no hi estiguis d'acord, riuràs amb malenconia el dia que descobreixis en aquesta llista teua de records a conservar els dies que vius ara.

Amb el temps, guardem els records dolorosos en un calaix suau i perfumat i aprenem que la vida pot ser bella i trista alhora.

Quan creguis que és hora, anima't i segueix endavant.

Reboliço dijo...

Meu querido amigo,
Que nunca se te vão as memórias. E nota que, mesmo quando as fotos desaparecem no fundo de um rio, fica a recordação nebulosa e bonita do que se fotografou. Um beijo forte!

Rafel Calsina dijo...

Tots anem, passem i pocs cops sabem valorar que representem uns per altres, només al tocar fons és quan les coses es veuen clares. Una cosa molt simple: ànims!

Anónimo dijo...

Amigo Isa:
A vida é uma peça que está demasiado tempo em cena. Os actores acabam por mudar de tempos a tempos mas os grandes êxitos perduram na memória de todos.

Quando há um facasso dói muito, mas são as boas recordações que nos acompanharão a vida inteira. É muito bom que as tenhas tão presentes. A nossa capacidade de sofrimento e de recuperação é enorme! Maior do que pensamos.

Um abraço para ti com a certeza de que saberás sempre olhar para a frente!

[[]] Jorge